Ella estaba allí, completamente confiada, con su cuerpo y mente rendidos a mi control. Sus gemidos eran suaves pero sensuales, el reflejo de un deseo contenido que se desbordaba con cada movimiento que le pedía. Sus manos, su postura, sus ojos: todo me hablaba de su entrega. No necesitaba explicaciones; su obediencia y feminidad eran suficientes para encender la atmósfera. Cada segundo se volvía más intenso, y la sensación de dominio sobre su cuerpo y su voluntad hacía que la tensión crezca hasta ser casi insoportable.